24 de mayo de 2009
El sol del 25 viene asomando!
…Cada vez que llegamos a esta parte del año, se nos cruzan por la cabeza varias cosas: ¿a dónde vamos si tenemos el “fin de semana largo”?... Pensamos en la holganza que nos aparta del cotidiano trajín ciudadano, la escapada a algún lugar de la costa o simplemente a parar la máquina por un par de días. La fiesta patria queda relegada para los actos escolares, las fuerzas armadas y alguno que otro revisionista o conservador que pone la Bandera Nacional en su balcón, para engalanar su casa e invitar a los vecinos a imitarlo… Es para reflexionar acerca de cómo hemos perdido los argentinos el sentido de festejar, conmemorar, honrar nuestras fiestas nacionales, antes conocidas como “fiestas mayas”…
… Trataremos de recordarlas en nuestro rincón, como una forma de aportar un granito de arena a esta inmensa playada en la que vemos progresivamente desdibujarse nuestro pasado, por ver lo que sucede en el presente, sin detenernos a pensar en cómo, todo esto, nos afectará a futuro. Vamos pues, a las cosas.
… Pensemos en un acto escolar de los sesentas… Los chicos, el mismo día 25 (no se cambiaba la fecha de festejar, “para favorecer el turismo”), desde temprano eran levantados por solícitas madres que desde el día anterior tenían planchado con almidón el mejor guardapolvo del nene o nena. El padre se vestía de traje y la madre se emperifollaba dando mil vueltas entre su propio arreglo y el de los chicos.
… A vestirse y arreglarse. Los chicos… Pantalón cortito (casi siempre confeccionado en casa con telas que picaban), medias tres cuartos blancas (las marrones o azules de todos los días, eran reemplazadas por estas, más apropiadas para esta gala), camisa planchadita /también hecha en casa), corbatín con elástico y el pulóver tejido por la abuela debajo del guardapolvo. El papel de la obrita escolar, repasado mil veces, con la seguridad absoluta de que en algún momento surgiría la laguna…
… Las nenas: trencitas ajustadas y perfumadas, atadas sus puntas con cintas de colores vivos o incluso con cintas argentinas. El guardapolvo más coqueto, ese de cuellito volcado con puntas redondeadas y tablitas en la pechera, parecía de cartulina, por las sucesivas planchadas de la noche anterior y casi celeste, por el “azul blanqueador”, con que se lo había lavado para no dejar rastro de roce o suciedad. Al vestirlo, el detalle final estaba en el moño de la cintura, que se acomodaba primorosamente por las manos de la abuela o la madre mientras corría de un lado para otro con los últimos preparativos. Mientras tanto, recitaba de memoria la poesía del acto, una y otra vez…
… Camino a la escuela del barrio: El grupo familiar se cruzaba con otros que concurrían al mismo colegio y todos se asombraban al verse tan elegantes y primorosos. En cada casa, una bandera colgaba de los balcones o se encontraba enastada en los soportes que para ello tenían casi todas. Todos llevábamos nuestras banderitas y obviamente, redondas y floripondiosas escarapelas sobre el costado izquierdo del pecho…
… Llegada a la escuela: Los directivos esperando sonrientes y en el papel de anfitriones, a las familias que con saludos cordiales iban entrando y llenando el salón de actos o el patio, que para la ocasión, lucía engalanado con cintas de papel crepè con los colores nacionales. Por todos lados, aires de fiesta… Las chicas se miraban y cuchicheaban envidiosas. Los pibes cargaban al que se había peinado con la gomina del padre, en mañosos jopos nunca antes usados y que terminado el acto, deshacían en una nube de polvillo blanco. No existía el gel…
…El acto: Palabras melosas de la señora directora; fragancia láctea y de facturas que venía de la cocina de la Asociación Cooperadora, prometedora del posterior desayuno – festejo, y los diversos números, que comenzaban con la entrada siempre aplaudida de la Bandera de Ceremonias, portada por la mejor alumna o mejor alumno, que con cara seria y apropiada a la circunstancia era admirado por algunos, y envidado por otros.
Se instalaba la bandera con los acordes de la marcha “Mi Bandera” y con el desafinado piano vertical escolar, la maestra de música nos hacía entonar el Himno Nacional. Luego venía el engolado discurso del acto pronunciado por alguno de los maestros de los grados mayores, tras el discurso de bienvenida de la directora, que para ese día, se había puesto todo el ropero encima.
Continuaba todo en los actos representativos, la poesía, retirada de la bandera con aplausos y marcha y la invitación posterior a compartir los pastelitos, churros o facturas, acompañados de la cascarilla de chocolate que laboriosamente habían preparado horas antes de que abriera la escuela, grupos de padres y gente de la Cooperadora. Luego, finalizando todo, regreso a la casa y en muchas de ellas, almuerzo criollo: locro, puchero, asado, seguido de pastelitos o confituras caseras.
… Todo hablaba de un aire de fiesta, mientras en la calle desierta, los días más fríos de aquellas épocas sin agujeros de ozono ni recalentamiento terrestre, el otoño hacía de las suyas arrastrando las hojas de plátano de un lado para otro, en prístinos días fríos.
… Esa era la época en que antaño respetábamos nuestros cumpleaños nacionales. Luego venía el 20 de junio, el 9 de julio, el 17 de agosto, el 11 de septiembre, el 12 de octubre y todas, todas… eran ocasiones para celebrar. Se lo hacía el mismo día, que era lo que correspondía. Esos días, las escarapelas estaban en todos los pechos y en todos los corazones.
… Las banderas nacionales llenaban los balcones, ventanas, mástiles de plazas y edificios públicos. Un mar albiceleste se abatía sobre las ciudades y pueblos, esperando el desfile, las kermesses, los discursos y la alegría de poder expresar nuestra argentinidad.
… Todo se preparaba con unción. Todo se desarrollaba con responsabilidad y alegría. En todo se veía orgullo por celebrar un aniversario más de nuestra condición de argentinos… Pero ¿qué nos ha pasado?... Largo sería enumerarlo y también meterse en camisas de once varas por tanta causa que no es casualidad.
… Tantos desencuentros, tantas idas y venidas, tanto desapego progresivo, tanto cambio de la forma de vida, tanta intrusión de lo foráneo, nos han ido apartando de estas antiguas y queridas costumbres, vemos tantas cosas feas a nuestro alrededor, que más de una vez preferimos optar por irnos que por quedarnos y reconstruir lo nuestro.
… Y a ello es que va encaminado este conjunto de recuerdos: a invitarlos a reflotar antiguas costumbres, a ponernos la escarapela, a poner las banderas en los frentes de nuestras casas, a observar las fiestas patrias en los días que corresponde y a desterrar eso de los “días sándwich”, en aras de “promover el turismo”. ¡Cuánto hemos perdido con estas nuevas “ideas posmodernistas” y progresistas.
… Volvamos a lo nuestro, sacudamos de nuestras cabezas los recuerdos amargos del pasado y vivamos el presente, dibujando una y otra vez el proyecto de nuestro futuro. Por todo ello, para este sol del 25 que viene asomando, recibámoslo con aquel antiguo y entrañable ¡Viva la Patria!, y el que le quiera agregar ¡Carajo!, que sea así, que se lo escuchará con un redoblar del corazón y un lagrimón que resbale por la mejilla.
Sertoy
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